FUENTE : Revista” NOSOTROS para todos” – año 1 –Nº 3 – 1985
Editada y dirigida por Beatriz Zunino
UN SUCESO INCREIBLE DE NUESTRA HISTORIA
Por el Prof. Pedro Oscar Casas
Como es sabido, las actas originales de las sesiones del Congreso de Tucumán no existen. Según lo hemos explicado en varia oportunidades, los textos que se conocen son copias, y en parte la labor del Congreso ha sido reconstruida a través de las páginas de “El Redactor del Congreso Nacional”, de la “Gaceta de Buenos Aires” y otras publicaciones.
A fines de julio de 1816 las autoridades de la ilustre corporación enviaron varios pliegos de suma importancia al gobierno de Buenos Aires por intermedio de un correo militar: el oficial Cayetano Grimau. Dichos documentos consistían en las actas de las sesiones, oficios del gobernador cordobés José Javier Díaz dirigidos a Pueyrredón y –según algunos historiadores- nada menos que el acata original de la Declaración de la Independencia.
El mensajero militar no iba solo, estaba acompañado por un soldado, que el 31 de julio –estando ambos a la sazón en Córdoba- le manifestó la imposibilidad de proseguir la marcha por hallarse enfermo. Grimau, consciente de lo delicado de la misión, le pidió al gobernador que le facilitase un reemplazo, lo que el mandatario hizo “no con buena disposición” –según se desprende del sumario incoado con motivo de estos sucesos- enviándole un soldado que, según advirtió Grimau una vez reiniciada la marcha, carecía de armas.
En el trayecto, al ir de posta en posta, el joven Grimau (se trataba de un hombre de sólo 21 años, siendo su función habitual la de ayudante mayor del comandante del Regimiento Nº 8) se encontró con individuos extraños, uno de ellos un inglés. Grimau estaba a esta altura bastante receloso. Estaba desarmado, puesto que el único sable que tenía se le había roto; también estaba desramado su único guardia que, por otra parte le resultaba sospechoso; para peor, se topaba con sujetos singulares que parecían seguirlo.
El 2 de agosto, alas 10 de la mañana, Grima advirtió que otros viajeros iban cerca de él. Se trataba de los diputados Corro y Molina, acompañados por una comitiva. En determinado momento el personaje inglés subió al coche de los legisladores citados, conversando largamente con ellos. Luego se apeó y, sacando un trabuco, se lo puso al pecho de Grimau exigiéndole la entrega de los pliegos oficiales del Congreso. Fue inútil resistirse ante la amenaza contra su vida. Los papeles pasaron de mano y el inglés se retiró con los diputados. Hasta el soldado abandonó a Grimau, alegando que, producido el despojo de los documentos ya no tenía sentido su presencia.
El suceso estaba enmarcado por circunstancias enigmáticas y confusas. El soldado desertor se reunió finalmente con el extraño inglés y Grimau optó vista la inutilidad de cualquier esfuerzo, por seguir hacia Buenos Aires, informando ante el gobierno de las extraordinarias circunstancias vividas.
Se ordenó, naturalmente, una investigación. Grimau fue arrestado y sometido a proceso militar. Los papeles existentes a este respecto en el Archivo General de la Nación son bastante poco explícitos. La Comisión Militar Permanente –en la cual actuó como juez/fiscal el capitán Manuel J. Cossio- dictó finalmente sentencia, con la firma de Marcos Balcarce, el 8 de noviembre de 1816. Por ella se decretaba la libertad de Grimau, publicándose su inocencia “para que no quede mancillado su honor”.
Se ponía en claro, aparentemente, que el enigmático inglés no era tal, ya que se llamaba José García y era un oficial al servicio de Artigas. Asimismo, que los diputados Corro y Molinas parecían complicados en el asunto. Pero ni en ese entonces ni hoy, a 169 años de aquel escandaloso suceso, pudieron recuperarse los preciosos documentos del Congreso de Tucumán.
En el año 1976 se incrementó la esperanza de poder reunir nuevamente esa valiosa documentación cuando un ciudadano anónimo entabló negociaciones por intermedio del Arzobispo de La Plata , monseñor Antonio José Plaza, afirmando que tenía en su poder varios libros “in folio” que habían pertenecido al mencionado Congreso y que estaba dispuesto a desprenderse de ese material mientras se guardara el anonimato sobre su identidad. Se aceptaron las condiciones pero, lamentablemente, al estudiarse el material entregado se comprobó que si bien el mismo es documentación de la época no pertenecía al Congreso en cuestión. En consecuencia, hasta el día de hoy los argentinos carecemos del acta original de nuestra independencia.
Como es sabido, las actas originales de las sesiones del Congreso de Tucumán no existen. Según lo hemos explicado en varia oportunidades, los textos que se conocen son copias, y en parte la labor del Congreso ha sido reconstruida a través de las páginas de “El Redactor del Congreso Nacional”, de la “Gaceta de Buenos Aires” y otras publicaciones.
A fines de julio de 1816 las autoridades de la ilustre corporación enviaron varios pliegos de suma importancia al gobierno de Buenos Aires por intermedio de un correo militar: el oficial Cayetano Grimau. Dichos documentos consistían en las actas de las sesiones, oficios del gobernador cordobés José Javier Díaz dirigidos a Pueyrredón y –según algunos historiadores- nada menos que el acata original de la Declaración de la Independencia.
El mensajero militar no iba solo, estaba acompañado por un soldado, que el 31 de julio –estando ambos a la sazón en Córdoba- le manifestó la imposibilidad de proseguir la marcha por hallarse enfermo. Grimau, consciente de lo delicado de la misión, le pidió al gobernador que le facilitase un reemplazo, lo que el mandatario hizo “no con buena disposición” –según se desprende del sumario incoado con motivo de estos sucesos- enviándole un soldado que, según advirtió Grimau una vez reiniciada la marcha, carecía de armas.
En el trayecto, al ir de posta en posta, el joven Grimau (se trataba de un hombre de sólo 21 años, siendo su función habitual la de ayudante mayor del comandante del Regimiento Nº 8) se encontró con individuos extraños, uno de ellos un inglés. Grimau estaba a esta altura bastante receloso. Estaba desarmado, puesto que el único sable que tenía se le había roto; también estaba desramado su único guardia que, por otra parte le resultaba sospechoso; para peor, se topaba con sujetos singulares que parecían seguirlo.
El 2 de agosto, alas 10 de la mañana, Grima advirtió que otros viajeros iban cerca de él. Se trataba de los diputados Corro y Molina, acompañados por una comitiva. En determinado momento el personaje inglés subió al coche de los legisladores citados, conversando largamente con ellos. Luego se apeó y, sacando un trabuco, se lo puso al pecho de Grimau exigiéndole la entrega de los pliegos oficiales del Congreso. Fue inútil resistirse ante la amenaza contra su vida. Los papeles pasaron de mano y el inglés se retiró con los diputados. Hasta el soldado abandonó a Grimau, alegando que, producido el despojo de los documentos ya no tenía sentido su presencia.
El suceso estaba enmarcado por circunstancias enigmáticas y confusas. El soldado desertor se reunió finalmente con el extraño inglés y Grimau optó vista la inutilidad de cualquier esfuerzo, por seguir hacia Buenos Aires, informando ante el gobierno de las extraordinarias circunstancias vividas.
Se ordenó, naturalmente, una investigación. Grimau fue arrestado y sometido a proceso militar. Los papeles existentes a este respecto en el Archivo General de la Nación son bastante poco explícitos. La Comisión Militar Permanente –en la cual actuó como juez/fiscal el capitán Manuel J. Cossio- dictó finalmente sentencia, con la firma de Marcos Balcarce, el 8 de noviembre de 1816. Por ella se decretaba la libertad de Grimau, publicándose su inocencia “para que no quede mancillado su honor”.
Se ponía en claro, aparentemente, que el enigmático inglés no era tal, ya que se llamaba José García y era un oficial al servicio de Artigas. Asimismo, que los diputados Corro y Molinas parecían complicados en el asunto. Pero ni en ese entonces ni hoy, a 169 años de aquel escandaloso suceso, pudieron recuperarse los preciosos documentos del Congreso de Tucumán.
En el año 1976 se incrementó la esperanza de poder reunir nuevamente esa valiosa documentación cuando un ciudadano anónimo entabló negociaciones por intermedio del Arzobispo de La Plata , monseñor Antonio José Plaza, afirmando que tenía en su poder varios libros “in folio” que habían pertenecido al mencionado Congreso y que estaba dispuesto a desprenderse de ese material mientras se guardara el anonimato sobre su identidad. Se aceptaron las condiciones pero, lamentablemente, al estudiarse el material entregado se comprobó que si bien el mismo es documentación de la época no pertenecía al Congreso en cuestión. En consecuencia, hasta el día de hoy los argentinos carecemos del acta original de nuestra independencia.